Cómo se da un golpe de Estado?

Un golpe puede ser, simplemente, una maniobra burocrática de manipulación de los cauces legales.

Un golpe de Estado es, ante todo, una operación técnica de control de los resortes del poder al margen de los cauces convencionales. No es preciso que sea violento, aunque ocasionalmente pueda concurrir violencia. Un golpe no es una insurrección, una sublevación, una asonada ni una revolución. O no tiene por qué serlo Un golpe puede ser, simplemente, una maniobra burocrática de manipulación de los cauces legales.

Es una evidencia que el Gobierno de Sánchez está utilizando la crisis del coronavirus para obtener el mayor rédito político en términos de poder puro y desnudo. 

Primero: la declaración del estado de alarma, supuesto constitucional plenamente justificado por la emergencia sanitaria, pero que el Gobierno ha interpretado de manera amplia para atribuirse la potestad de intervenir, requisar, limitar y prohibir hasta un punto nunca antes visto.

Segundo: aprovechando la declaración del estado de alarma, el líder de la pata comunista del Gobierno, el vicepresidente Iglesias, aventura la idea de nacionalizar los servicios sanitarios privados. 

Tercero: el decreto del estado de alarma, de manera completamente intempestiva, modifica la ley de los servicios de seguridad, el CNI, para introducir en su cúpula al vicepresidente Iglesias y al hombre de confianza de Sánchez, Iván Redondo.

Cuatro: acto seguido, el Gobierno procede a la supresión de facto de cualquier control parlamentario y centraliza toda la acción legislativa en la presidenta del Congreso. 

Quinto: el 19 de marzo se publica la Orden SND/261/2020 que viene a poner en manos del ministro de Justicia toda la actividad judicial, al margen de los órganos específicamente judiciales.

Atención a los pasos: reforzamiento extremo del poder ejecutivo, neutralización del poder legislativo, reducción del poder judicial. ¿Realmente el estado de alarma exigía todo eso? La respuesta es no.

El golpe siempre viene en una situación de excepción. En el caso de Bonaparte, la situación excepcional vino servida por la conspiración de los jacobinos contra el Gobierno. Algo parecido invocó Hitler para la “noche de los cuchillos largos”, en la que purgó a fondo su propio movimiento. La situación excepcional, en la que el poder queda colgando del vacío, es siempre propicia para estimular las ambiciones.

Hoy, en un sistema complejo como es el nuestro, resulta poco imaginable un golpe al antiguo estilo, con ocupación de infraestructuras o neutralización de instituciones. Sin embargo, es perfectamente factible un golpe de Boletín Oficial que haga todas esas cosas de manera aséptica amparándose, por ejemplo, en una catástrofe natural o en un estado de alarma sanitaria, es decir, en una situación excepcional. Teóricamente, en nuestro ordenamiento jurídico, el poder ejecutivo no puede decretar tales estados sin pasar por el aval parlamentario, pero todos sabemos que el poder legislativo, en España, no es otra cosa que una prolongación de los partidos políticos y, por esa vía, del poder ejecutivo.

Si además reducimos el Parlamento a cero, como acaba de hacer nuestro Gobierno, entonces estamos a un paso del golpe. Al menos, técnicamente hablando.

Habría que remontarse a los años cuarenta, en una situación de posguerra civil, para hallar un precedente de semejante acumulación de poder. Y hay que estar atentos a los próximos pasos, porque el estado de alarma va a prorrogarse quince días más y esto parece lejos de amainar.

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