Cuento de la muralla de Valencia.
En el Siglo XV Valencia estaba amurallada y a las diez de la noche quien
no estaba dentro de la ciudad se quedaba fuera. Yo como valenciano no puedo
dejar de pensar las historias que contarían los valencianos de esa época, pasando
la noche a las afueras de la muralla frente a una fogata. De esa sensación, me
vinieron las ganas de escribir estos cortos de los doce portales. Porque a la
“Luna de Valencia” seguro que se contarían historias, los huertanos, comerciantes,
artesanos,
gente de mal vivir, mendigos, putas, clérigos y apestados que se quedaran fuera
de la Muralla de Valencia a pasar la noche.
(CUENTOS DE LA MURALLA DE VALENCIA)
LOS DOS FRAILES FRANCISCANOS.
El hermano Genaro y el hermano Dionisio, pasaban el día fuera de las murallas de
Valencia. Cuando la ciudad abría la puerta: “ Dels Jueus”, la que se encuentra en la
actualidad en la plaza de los Pinazos en la puerta del Corte Ingles de Colon. Puerta o
portal de los judíos, es como se le llamó pupularmente a esta puerta de la muralla
cristiana de Valencia y cuyo nombre es el que ha transcendido hasta la actualidad. Esto
ocurrió porque mas adelante se encontraba al lado de un cementerio judío. Pero su
nombre original fue: Puerta de San Francisco. Porque aunque su convento franciscano
se encontraba en lo que es hoy la plaza del Ayuntamiento, los huertos y el cementerio de
la orden estaban situados en el lugar que ocupan hoy la plaza de toros y la estación del
tren. Es decir, fuera de la muralla de la ciudad. Su misión como novicios, dado que
todavía no eran frailes franciscanos, no era otra cosa que orar y trabajar en los campos
que pertenecían a la Orden para su sustento y para ayudar a los más necesitados. Los
franciscanos se ciñen a tres votos, la pobreza, la castidad y la obediencia y, en 1.396 no
era distinta la congregación que existía en Valencia. La huerta valenciana siempre fue
muy generosa y fértil. De hecho, se decía entre las tropas de Jaime I en la Reconquista:
“Que en está tierra si un caballo perdía una herradura o un caballero perdía su yelmo, de
esos hierros al caer al suelo crecía un hermoso árbol” Cuando terminaban su labor en el
campo, los dos novicios franciscanos se dirigían a una pequeña ermita situada en lo que
ahora es la iglesia San Pascual en la calle Doctor Moliner. Y que antes de eso fue la
iglesia de San Miguel en el siglo XVI (Todavía se conserva en la actualidad la fachada
de 1.600) El caso es que los dos novicios cruzaban una especie de riachuelos que
regaban ya la huerta valenciana. Que entonces solo eran brazos o ramificaciones de
pequeños afluentes de agua que iban a parar al rio Turia. Este en particular lo
construyeron los musulmanes con su buen hacer con el agua antes de la Reconquista y
la bautizaron los conquistadores como “Brac de Rams o dels Arquets”. Y hasta hace
poco conocida por la “Sequia de Mestalla”. La ermita franciscana era pequeña y austera
y se construyo lejos de la muralla para ayudar a los moribundos que eran expulsados de
la ciudad, por estar infectados de la enfermedad maligna de la peste. Constaba de una
sola habitación donde se encontraba una chimenea, que no era otra cosa que un horno
moruno que hacia de cocina, una mesa y troncos de árbol para sentarse y el catre del
fraile que allí pernotaba. El mobiliario lo completaba un pequeño altar con flores con
una pequeña estatuilla de San Francisco de Asís tallada por algún monje. El fraile
franciscano que allí vivía, lo hacia dentro de ese habitáculo con tres perros mastines. No
era por los ladrones desaprensivos que ya existían en aquella época en Valencia, que
también. Pero por lo que verdaderamente estaban los perros, era porque los infieles
musulmanes odian a estos animales por creerlos impuros y de esa manera se aseguraban
de no tratar con los malditos moros, sino eran conversos de verdad al cristianismo. Los
dos jóvenes aprendices de franciscano dejaron sus sacos con centeno en un altillo que
había arriba de la ermita y se sentaron a la mesa con cuatro mendigos. Uno de ellos era
una mujer, que parecía una de esas de vida alegre enferma de peste. Después de rezar, el
fraile encargado de aquel lugar apareció con un perol con asa y sirvió a cada uno de los
comensales una ración de “Sops” en un cuenco de madera. El “Sops” no era otra cosa
que vino con pan de centeno o avena, comida muy particular de los franciscanos de la
época. El novicio hermano Genaro no dejaba de mirar a la joven mujer y su compañero
el hermano Dionisio se daba cuenta de ello. Fray Fabricio de procedencia napolitana,
era el fraile encargado de aquel pequeño lugar y después de servir los cuencos de los
dos novicios, de la mujer y de los tres mendigos, se sentó a la mesa para informar a los
novicios.
–Hoy antes de que volváis al convento, tenéis que recoger todos los higos de las
higueras hijos míos. Están madurando mucho y se van a echar a perder. O puede que se
los coman los pájaros, con la falta que hace la comida en estos tiempos de Dios.
La obediencia es uno de los votos de los franciscanos y los jóvenes novicios no
contestaron al Fraile. La que lo hizo fue la mendiga que estaba también en la mesa.
–Padre, ya que no puedo pagar su generosa comida. Permítame que los ayude yo
también en esa tarea.
–Claro hija mia, claro. Toda ayuda es buena para Dios y tú eres cristiana de buen
corazón.
Fray Fabricio dejó dos trozos de pan y un puñado de almendras en la mesa, recogió la
olla y la volvió a dejar colgada en la chimenea moruna por si llegaba algún otro
necesitado hambriento. Los tres franciscanos, tanto fray Fabricio como los jóvenes
novicios, vestían hábitos confeccionados por ellos mismos de color tierra y con
capucha. Pero fray Fabricio llevaba una cuerda en la cintura del habito donde le
colgaban tres nudos que le diferenciaba notablemente de los novicios. Esos tres nudos
representan para los frailes los tres votos cuando ya poseen su identidad franciscana.
Pero los novicios de “periodo residencial o postulado” todavía no los poseían. Tenían
que ganarse su vocación religiosa y franciscana mediante la pobreza, la castidad y la
obediencia. El primero que se levanto de la mesa fue el hermano Dionisio, harto de
contemplar como el hermano Genaro miraba a la mujer de la mesa, según su criterio con
ojos lúdicos. Lo hizo bruscamente y con ira, de tal forma que tiro el tronco de cuarenta
centímetros en donde estaba sentado y que ejercía de taburete.
–Lo siento, Disculpar mi torpeza hermanos míos.
Dijo recogiendo el tronco y poniéndolo en su posición vertical, pero nadie le contesto.
Solo la mirada del hermano Genaro al cruzarse con la suya, sonó a recriminación entre
los novicios. El hermano Dionisio se dio la vuelta y cargo un saco de centeno ya seco
dirigiéndose con el a la parte trasera de la pequeña ermita junto a una gran piedra para
moler. Trabajo que los dos novicios realizaban diariamente en aquel lugar y que les
ocupaba toda la tarde sofocántemente. No tardo en llegar el hermano Genaro, que sin
decir nada, añadió mas centeno a la rueda y se puso a hacer rodar la gran piedra por uno
se sus empujadores de madera ayudando al hermano Dionisio. Cuando terminaron de
moler el centeno estaban muy cansados los dos aprendices de fraile, pero seguían sin
dirigirse la palabra. No podían irse aún al convento porque hoy tenían un trabajo extra.
Fray Fabricie le había mandado recoger los higos antes de marcharse. Cuando llegaron a
las cinco higueras silvestres, la vista del Palacio Real era inmejorable. Palacio Real de
Valencia, que era el palacio real más suntuoso y vello de toda la cristiandad. Pero si algo
llamo la atención de los dos novicios fue ver como la joven mujer que compartió la
comida con ellos, se encontraba ya con una caña intentando coger los higos más altos
del árbol. Ninguno de los dos se dirigió a ella, poniéndose a recoger frutos cada uno de
ellos pero en distintas higueras. La mujer con una de sus manos, izo ademan de llamar
al hermano Genaro y este se acercó a ella para ver que deseaba. Estuvieron hablando
apenas unos minutos, bajo la atenta mirada del hermano Dionisio que movía la cabeza
arriba y abajo negativamente. Pero de repente la sorpresa del novicio llegó casi a la
desesperación, a la ira. Cuando vio a su compañero el hermano Genaro agacharse, poner
la cabeza en las ingles de la mujer y subirla a los hombros. Fueron tan sólo unos veinte
segundos. Tiempo que la mujer aprovecho para coger con la caña los higos mas altos de
la copa y que de otra manera no hubiera conseguido alcanzar. El hermano Dionisio
lanzó un alarido que no parecía humano, mirando el cielo con los brazos abiertos. Era
como una señal de indignación pidiéndole a Dios un castigo para el indigno novicio
hermano Genaro. Cuando llegó el momento de marcharse, el hermano Genaro si se
despidió de la mujer, aunque solo fue con una leve reverencia con la cabeza. Mientras
que el hermano Dionisio paso entre ellos como sino existieran. Como si fueran dos
apestados a los que hay que ignorar, o peor aún, como si fueran infieles que se les desea
la muerte y que hay que exterminar. Estaba a punto de anochecer y las doce puertas de
la muralla de Valencia a punto de ser cerradas. Tenían que darse prisa para poder entrar
en la ciudad y llegar a su convento franciscano. El hermano Dionisio, mirando al
hermano Genaro con todo el desprecio del mundo hecho a andar delante de él, pero sin
hablarle. Cruzaron el puente de madera hecho por los árabes antes de la Reconquista.
Que se encontraba poco más o menos, en el lugar donde se encuentra hoy el Puente de
la Trinidad. Puente de piedra el de la “Trinitat” que es el más antiguo que queda en
Valencia. Construido en 1.407 y reconstruido en 1.517 a causa de una gran riada que
sufrio Valencia ese año. Bueno pero eso es otra historia, porque incluso varió su
ubicación original. El caso es que cuando llegaron a la “Porta del Franciscans” (Portal
de los Judíos) ya habían cerrado. Por lo que tendrían que pernotar a “la luna de
Valencia”. Expresión que decimos por los siglos de los siglos en esta ciudad de
Valencia, y era por las personas que no llegaban a tiempo cuando se cerraban las puertas
de la muralla y tenían que dormir al raso “A la luna de Valencia”. El hermano Genaro
encendió un fuego, pero el hermano Dionisio se apoyo en un árbol a considerable
distancia de su compañero novicio. El hermano Genaro sacó unos higos de su túnica y
se acerco hasta su compañero ofreciéndole los frutos para cenar. El hermano Dionisio lo
miro con total desprecio y escupió en el suelo a escasos centímetros de los pies de su
compañero de orden. Este guardo los frutos y se dirigió nuevamente junto a la fogata
que había encendido hasta que se durmió. Fue por el ruido de los grilletes y las cadenas
de la puerta de la muralla al abrirla, lo que despertó al hermano Genaro al alba. Viendo
a su compañero el hermano Dionisio entre penumbras, paseando arriba y abajo con las
manos atrás. Fue entonces cuando preocupado le pregunto:
–Que te pasa hermano Dionsio.. ¿No te encuentras bien? Puedo ayudarte en algo
hermano mio.
El hermano Dionisio no le contestó en el acto. Se acercó hasta él sin dejar de llevar las
manos en la espalda y se le paró delante mirándolo desde arriba con desprecio. Estaba
nervioso y sus ojos delataban haber estado sin dormir toda la noche.
–Eres una vergüenza para los Franciscanos. Eres la encarnación del mal. ¡Eres el
mismo Lucifer…!! Reniego de ti… ¿Como puedes cargar una mujer a tús espaldas
pisoteando el voto de castidad al que nos debemos los Franciscanos? ¡Hereje mal
nacido!!
El hermano Genaro se puso en pie rascándose la cabeza hasta que dijo:
–Lamento mucho que te incomode hermano Dionisio. Pero yo tan sólo la cargue un
momento, eres tú el que con tú torcido raciocinio, estás cargándola toda la noche y
todavía la llevas encima. La castidad es uno de nuestros votos y en ningún momento se
ha roto. La pobreza, la nobleza y la obediencia al necesitado también nos los enseño San
Francisco de Asis. Porque hermano mio, San Francisco dijo para que aprendiéramos de
él: “Quiero ser un nuevo loco como los que no conoce este mundo, capaz de ofrecerme
sin interés para lo que necesiten los demás”
Pascual Maeso
(CUENTOS DE LA MURALLA DE VALENCIA)
ESTAFA DE SENSACIONES, LA DECAPITACIÓN.
A escasos metros del “Portal de Torrent” o “Portal dels Innocents”, nombre con el que
ha pasado a la historia una de las doce puerta de la muralla cristiana de Valencia. Se
apoyaban las paredes del claustro de la Ermita de Santa Lucia. Ermita que aun se puede
ver en activo con misas diarias para los feligreses en la calle Hospital de Valencia, y
cuya última construcción data de 1.511. Porque esa ermita existe prácticamente desde
la Reconquista, por una donación que hizo el Rey Jaime I a los Cofrades de Santa
Lucia. La muralla de Valencia media 12 metros de altura en aquel lugar, cuando desde
las almenas de la muralla que daban a la ermita se oyeron unos gritos:
–¡¡Alto…!! Date preso en nombre del rey….!!
A la vez que alguien se arrojaba desde arriba al vacío, quedando lesionado de un tobillo
por el golpe al estrellarse en el suelo. Las gentes que estaban pasando la noche a la
”luna de valencia” en el Portal de Torrent, quedaron sorprendidos por aquel gritos que
captó la atención de todos los presentes. El ”Mut”, como se le conocía a este vagabundo
por las calles de Valencia, no podía huir. Quedó inmovilizado en el suelo con un dolor
muy agudo en el tobillo, incapaz de ponerse en pie. Fue entonces cuando el “Portal de
Torrent” se abrió de par en par. Cosa inusual en la ciudad de Valencia en 1.574, ya que
se cerraban las puertas a cal i canto desde el anochecer al alba, y a no ser por fuerza
mayor no se volvían a abrir. Tres soldados centinelas dos de ellos empuñando lanzas,
vestidos con malla de cóta casco y sobreveste, con el escudo de armas de Valencia, con
cinto y espada lateral. Acompañados de un hombre que por su aspecto parecía un noble,
o un señor adinerado y de posición con rango importante, que maldecía al Mut mientras
caminaba hacia él. Deseo puntualizar que el Portal de Torrent se llamaba así porque en
realidad era el camino natural del Cap i Casal hasta Torrent. Las villas de Torrent y Silla
estaban consideradas como poblaciones de “cristianos viejos”, donadas por Jaime I a los
Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalen y Rodas en 1.232 en Alcañiz. Pero
bueno, eso es otra historia. El caso es que l’orta Sur actual, surtía al Cap i Casal
diariamente de vino, aceite y cebada. Siendo muy importantes y lucrativas las
cantidades de estos productos que diariamente pasaban por esta puerta de entrada a
Valencia. Los tres soldados de sueldos, dos de ellos con lanzas en las manos, miraban al
Mut mientras el hombre que los acompañaba lo maldecía delante de la multitud. El Mut
no era más que un pobre hombre no demasiado lúcido, que posiblemente sufrió una
enfermedad en su infancia dejándolo con un retraso celebrar y sin voz. Vivía en las
calles de Valencia pidiendo limosna y comiendo desperdicios, humillado por todos
incluso por los otros mendigos por su incapacidad.
–Date preso. Alma del demonio.
Dijo el soldado con más rango. El Mut, aun desde el suelo, movía la cabeza
negativamente tal cual si fuera un muelle que le obligaba a hacerlo convulsiva y
repetidamente. La muchedumbre dejo de hacer sus quehaceres y rodearon al Mut, a los
tres centinelas y al caballero indignado que los acompañaba. El gentío cuchicheaba
interesado. Con ese morbo que se creaba cuando se veía un delincuente herido y
perseguido por los soldados del rey. Algunas voces desde el gentío alterado preguntaba:
–¿Que ha echo ese hombre…? ¿Porque lo perseguís….? ¿De que se le acusa…?
–¡De violación….! Ha violado a una monja de la Ermita de Santa Lucia. Dijo el noble o
el señor que acompañaba a los soldados.
Esas palabras del hombre que acompañaba a los centinelas encendieron de tal forma a la
multitud, que explotó de repente como una estrepitosa y común mascleta.
Experimentando el odio más profundo hacia el Mut, que puede sentir un ser humano
hacia otro. El odio que de repente sintieron todos y cada uno de los presentes por el
Mut, parecía que se transmitía y se sentía en el ambiente. Le lanzaban piedras y
escupitajos, acompañados de los peores insulto y amenazas de muerte que se puedan oír
y se hayan oído nunca. La multitud enfervorecida por un delito tan abominable como
una violación a una sierva de dios, empezó a proclamar su propia sentencia:
–¡Muerte…..!! ¡¡MUERTE….!!! ¡Decapitación…. Decapitación…!!
No era la primera vez que un delito por agravio a un siervo o sierva de dios en la tierra,
se cumplía a cargo popular en el mismo momento que se cometías, y en el mismo lugar
que se había producido. Era la Ley en la calle en la Valencia del Siglo XV. Quien la
hace la paga. Esta forma de proceder estaba bien vista por el poder social, real , y militar
en la época. Los ciudadanos no sabían leer, y el tomar partido en linchamientos y
ejecuciones, era una forma de tomar parte en la sociedad en la que se vivía. Claro, cada
delito repercutía de una manera entre los ciudadanos valencianos. Pero este de violación
a una monja, no tenia ninguna clase de atenuante ni perdón ante Dios ni ante los
hombres.
–Muerte…!! ¡Muerte…!! DECAPITACIÓN….!!!
La decapitación en la edad media, era una forma de creencia muy particular. Por que se
creía que al tener el difunto la cabeza separada del cuerpo, no podría su alma
presentarse ante Dios. Eso ocurría cuando un pecado era excesivamente grande, como
este en particular de violación a una monja. (Quiero dejar claro que sólo se quemaban
en la hoguera a los herejes, y que ciertos dominicos que pertenecían al tribunal de la
Santa Inquisición condenaban.)
–Lleva al maligno encima….¡Decapitación….!! ¡¡Decapitación…!!
¡DECAPITACIÓN!!
Boceaba el gentío sin importarles nada más en el mundo que la muerte por la separación
de la cabeza del cuerpo de aquel violador de mojas.
–¡¡Atadlo…!
Ordeno el oficial de rango a los dos lanceros. El Mut, no se sabe porque motivo
permanecía tranquilo. Tal vez era su valentía, o tal vez estaría borracho, o tal vez su
incapacidad natural de pensamiento, no le hacia comprender lo que estaba sucediendo a
su alrededor. El vocerío de la gente era ensordecedor, esperando ver rodar la cabeza del
Mut por los suelos. Era como un acto arcaico de ofrenda a la justicia de Dios, por ese
grave pecado mortal de violación que había cometido. La cabeza del reo fue apoyada en
un tronco de madera, con las manos atadas detrás de su cuerpo. Uno de los lanceros
desenfundó su pesada espada. La agarro con las dos manos, desde la cruceta al pomo y
la levanto por arriba de los hombros. El griterío era ensordecedor, pero el joven lancero
que ejercía de verdugo no oía nada. Estaba nervioso y no escuchaba esos apoyos de
euforia que recibía del gentío en forma de crueldad y odio. Incitándole a que cortara la
cabeza de aquel hombre. El lancero se quedó parado con la espada en alto mirando los
ojos del Mut, que le pareció un inconsciente o un loco, dado que se encontraba más
tranquilo que él.
–¡Tú espada es tú mano….. y tú mano la justicia de Dios! ¡Mátalo!!
Le grito el oficial al ver que dudaba el lancero en su trabajo eventual de verdugo. Este
cerró los ojos y dejo caer su espada con fuerza. El golpe sonó duro y contundente, con
un crujir de huesos que sintió el joven lancero trasmitido por la hoja de su espada hasta
los dedos de su mano. Los alaridos que el Mut daba no eran humanos. Eran tan terribles,
que parecían venidos del inframundo de los infiernos. El eventual verdugo abrió los
ojos y se dio cuenta que su espada estaba hundida en la cabeza del Mut. El tajo era en la
frente y muy hondo. Fue entonces cuando empezó asalir sangre a presión. Como si se
tratara de la cerveza que se agita en un barril y sale incontrolable. El Mut se retorcía de
dolor, a la vez que sus sesos se metían entre la corteza del tronco. Mientras de la
muchedumbre salia alguna hipócrita “sonrisita” de satisfacción. El joven lancero se
aguantó el vomito que quería salir de su estómago. Se armo de valor y volvió a levantar
su pesada espada.
–¡Muera ya…Maldito!!
Esta vez no fallo. Rodando por los suelos tal cual si fuera un melón la cabeza del Mut.
Fue entonces cuando un cofrade de la Ermita de Santa Lucia pregunto desde el mismo
lugar en la muralla, donde anteriormente había saltado el Mut.
–Decidme….. ¿Porque lo habéis ajusticiado…? Era un buen hombre y estaba enfermo.
Fue el oficial de rango, el que creyéndose en posesión de la verdad divina y la razón del
buen cristiano, le contestó.
–Por cometer el terrible pecado de violación. A violado a una monja de esa Ermita.
–Esta es la Ermita de Santa Lucia y solo vivimos en ella 12 cofrades. Nunca han
existido monjas en este lugar. Habéis cometido un gran error en el nombre de dios. El os
juzgara.
El silencio se hizo sepulcral entre la muchedumbre, mientras los ojos de los soldados
buscaban al hombre vestido de noble señor, que fue quien acuso a aquel hombre de
violación. Pero no lo encontraban. Había desaparecido de repente, se había esfumado
por arte de magia y no había ni rastro de él. El desgarro de un grito de impotencia y
queja, rompió el silencio de culpa que todos sentian.
–¡¡Maldición….!! ¡¡Maldición….!! Me han robado mis carretas de vino.
Pero entonces….., dijo alguien más.
–¡Granujas….!! ¡Ladrones!! ¡Granujas….!! Han desaparecido mis carros de aceite.
Los estafadores habían utilizado las sensaciones mas dignas de los valencianos, para
decapitar a un hombre y de esa manera mantenerlos entretenidos y poder robarles. Bien
es verdad que esto ocurrió hace más de 500 años en el Portal de Torrent en Valencia.
Poco más o menos entre la calle Hospital con el cruce de Guillem de Castro. Pero me
pregunto yo……¿Hemos aprendido algo los valencianos? O todavía políticos y gente de
malvivir utilizan en su propio beneficio nuestras sensaciones, nos roban, y nos hacen
sentir culpables. Pascual Maeso
(EXISTEN DOCE CUENTOS DE LA MURALLA DE VALENCIA, UNO POR CADA
PUERTA DE LA MURALLA CRISTIANA QUE YA NO EXISTE)
Articulo de Pascual Maeso de Torrent